lunes, 31 de octubre de 2011

CUENTOS


La abeja campeona
Estaban todos los insectos reunidos un día en el bosque, discutian entre ellos para determinar cual era el más trabajador, inteligente y útil de todos. En ese momento intervino el zancudo y dijo: ¡yo soy el más importante de todos ustedes, ya que con mí aguja puedo sacarle la sangre a las personas!. La garrapata que estaba cerca escuchando la discusión, solto una carcajada y dijo: ¡Que tonto es usted amigo, recuerde que yo también puedo realizar ese trabajo y de manera más eficaz!. Dando un salto, el piojo alzo la voz para decir: ¡Oigan señores, si de chupar sangre se trata, yo también puedo realizar ese trabajo!. Muy molesto por el giro que habia tomado la discusión la mosca dijo: ¡Disculpen amigos pero yo también soy importante, recuerden que me encargo de descomponer y dañar todos los alimentos que encuentro en mí camino!. Cerca de allí, muy seria la avispa grito: ¡Aquí estoy yo, si no me han visto, dispuesta a clavarle mí aguijón a todo el que se atraviese en mí camino!. la discusión continuaba tomando fuerza, cuando de pronto paso por el lugar una abeja, inmediatamente fue llamada para que diera su punto de vista, muy seria ella le dijo a todos los presentes: ¡Ustedes me van a perdonar señores, pero yo no puedo perder el tiempo en este tipo de discusion, tengo muchos hijos que alimentar, todabia me falta medio bosque por recorrer, recolectando el nectar de las flores, con el cual preparo una rica miel en mi panal. La hormiga que tambiçen se encontraba presente dijo: Soy testigo de lo que dice la amiga abeja, ya que he probado su miel y de verdad les digo, ella es la mças trabajadora, inteligente y util de todos nosotros, por lo que propongo se termine esta discusion y declaremos a la abeja como la campeona de todos los insectos del bosque. Acto sequido los presentes en la reunion levantaron la mano y por desicion unanime declararon a la abeja como la campeona, la cual muy contenta y alegre recibio su corona y se fue volando hacia su panal.











La Princesa Lucia
Habia una vez una princesa que se llamaba Lucia, vivia en un palacio con un principe que se llamaba Romeo, cuando la princesa fue al jardin se encontro al principe con una rosa para ella se la dio y dijo paseemos, los dos se agarraron de la mano y pasearon por el jardin y el principe se puso de rodillas y le dijo te quieres casar conmigo la princesa dijo que si y se casaron en una iglesia. Llego su abuela y todos los invitados vinieron al banquete comieron una tarta y la abuela le regalo un vestido de color rosa. Vivieron muy felices y comieron perdises fin






















La Rana que quería ser una rana auténtica
Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.

Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.

Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.

Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.

Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.

Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.












 


El camino al cielo

Había una vez un niño caminando por el campo, cuando entre las nubes vio un angelito cantando una bella canción, que enseguida desapareció.
El niño pensó que por allí debían estar las puertas del cielo, y sería divertido ver qué había. Así que comenzó a construir una gran torre de madera para llegar a las nubes, pero cuando fue muy alta, se derrumbó. Lo intentó también con adobe, con ladrillos y acero, pero su torre siempre se derrumbaba.
Cuando iba a abandonar, volvió a ver al angelito, rodeado de más ángeles, y al atender a la canción escuchó que su mensaje era que allí sólo se podía llegar si se quería con el corazón. La curiosidad desapareció, y deseó con todas sus fuerzas subir con ellos al cielo.
Pero no pudo, y vencido por la impotencia y la pena, se sentó y comenzó a llorar. Lloró, lloró y lloró tanto, tanto, que al salir el sol apareció en aquel lugar un magnífico arcoiris, que precisamente fue a parar a la nube, donde se abrieron las puertas del cielo.
Y el niño recorrió aquel camino sobre el arcoiris lleno de alegría, pues comprendió que sólo con verdaderos deseos del corazón se puede abrir el camino del cielo.







La llave mágica
Martín era un niño que ya se había hecho tan mayor, que aquel cumpleaños su padre le regaló un libro ¡sin dibujos! El pobre niño quedó un poco decepcionado, pero al notarlo su padre le dijo:
- Este no es un libro cualquiera hijo, es un libro mágico. Pero para descubrir su magia, tendrás que leerlo.
Eso estaba mejor, porque a Martín le gustaban todas las cosas mágicas, así que empezó a leer el libro, aunque no tenía muchas ganas. A la mañana siguiente, su padre le preguntó:
- ¿has encontrado ya la llave mágica?
¡Así que tenía una llave!. Martín corrió a hojear el libro buscándola, pero no había ni rastro. Volvió muy contrariado, pero su padre le advirtió:
- Así no la encontrarás. Tienes que leer el libro.
Pero Martín no tuvo mucha paciencia, y dejó de leer, pensando que su padre le había engañado para hacerle leer un poco más, como le había estado diciendo el profesor.
Poco después, su hermana Ángela, sólo un poco menor que él, le pidió el libro para tratar de leerlo ella. Tras varios días esforzándose por leerlo sin demasiado resultado, apareció en el salón gritando loca de contenta:
- ¡La he encontrado, he encontrado la llave del libro mágico! -y entonces no paró de hablar de los mundos y lugares que había visitado con aquella llave.
Aquello terminó por convencer a Martín para volver a leer el libro. Al principio era un rollo, ni un triste dibujo, pero poco a poco la historia se fue animando, empezó a interesarse por la vida de aquel príncipe aventurero, y cuando quiso darse cuenta, allí estaba. Era el propio libro el que tenía a sus ojos forma de llave, y era verdad que en cuanto lo abría, se sentía transportado a los valles y mares del libro, y vivía las aventuras de sus piratas, príncipes y hechiceros como si fuera él mismo. Y su cabeza y sus sueños se llanaban de aventuras a la primera oportunidad.
Pero lo más especial de aquella historia, fue que a partir de entonces, en cada nuevo libro veía una nueva llave a mil mundos y aventuras, y ya nunca dejó de viajar y viajar a través de las letras y las palabras.


 Un día con los cerditos

Había una vez un niño al que no le gustaba vestirse cuando querían sus papás, ni ponerse lo que le decían tras el baño. El prefería vestir de forma mucho más rara, pero sobre todo, tardar mucho. Sus papás, que siempre tenían prisa, querían que fuera más rápido, pero a él eso no le gustaba y tardaba aún más.
Hasta que un día sus padres tenían prisa, y se enfadaron tanto cuando se negó a vestirse, que le dijeron que saldría desnudo, lo que no le importó en absoluto. Así que salieron, y mientras esperaba desnudo junto a la casa que sus padres trajeran el coche, pasó el cuidador de los cerdos del pueblo. Ese hombre, que estaba medio sordo y veía muy poco, además había olvidado sus gafas, así que cuando vio la piel rosada del niño, creyó que era uno de sus cerdos, y a voces y empujones se llevó al niño a la pocilga. El niño protestó todo el tiempo, pero como el hombre no oía bien, no le sirvió de nada. Y así pasó todo el día, viviendo entre los cerdos, confundido con uno de ellos, compartiendo su comida y su casa, hasta que sus padres consiguieron encontrarle.
Y el niño lo pasó tan mal ese día, que ya nunca más quiere que le confundan con otra cosa que no sea un niño, y siempre es el primero en vestirse y arreglarse para ser un niño perfecto, de los de libro.







Eduardo y el dragón

Eduardo era el caballero más joven del reino. Aún era un niño, pero era tan valiente e inteligente, que sin haber llegado a luchar con ninguno, había derrotado a todos sus enemigos. Un día, mientras caminaba por las montañas, encontró en una pequeña cueva, y al adentrarse en ella descubrió que era gigantesca, y que en su interior había un impresionante castillo, tan grande, que pensó que la montaña era de mentira, y sólo se trataba de un escondite para el castillo.
Al acercarse, Eduardo oyó algunas voces. Sin dudarlo, saltó los muros del castillo y se acercó al lugar del que procedían las voces.
-¿hay alguien ahí?- preguntó.
- ¡Socorro! ¡ayúdanos! -respondieron desde dentro-llevamos años encerrados aquí sirviendo al dragón del castillo.
¿Dragón?, pensó Eduardo, justo antes de que una enorme llamarada estuviera a punto de quemarle vivo. Entonces, Eduardo dio media vuelta muy tranquilamente, y dirigiéndose al terrible dragón que tenía enfrente, dijo:
- Está bien, dragón. Te perdono por lo que acabas de hacer. Seguro que no sabías que era yo
El dragón se quedó muy sorprendido con aquellas palabras. No esperaba que nadie se le opusiera, y menos con tanto descaro.
- ¡Prepárate para luchar, enano!, ¡me da igual quien seas! -- rugió el dragón.
- Espera un momento. Está claro que no sabes quién soy yo. ¡Soy el guardián de la Gran Espada de Cristal!.-siguió Eduardo, que antes de luchar era capaz de inventar cualquier cosa- Ya sabes que esta espada ha acabado con decenas de ogros y dragones, y que si la desenvaino volará directamente a tu cuello para darte muerte.
Al dragón no le sonaba tal espada, pero se asustó. No le gustaba nada aquello de que le pudieran cortar el cuello. Eduardo siguió hablando.
- De todos modos, quiero darte una oportunidad de luchar contra mí. Viajaremos al otro lado del mundo. Allí hay una montaña nevada, y sobre su cima, una gran torre. En lo alto de la torre, hay una jaula de oro donde un mago hizo esta espada, y allí la espada pierde todo su poder. Estaré allí, pero sólo esperaré durante 5 días
Y al decir eso, Eduardo levantó una nube de polvo y desapareció. El dragón pensó que había hecho magia, pero sólo se había escondido entre unos matorrales. Y el dragón, deseando luchar con aquel temible caballero, salío volando rápidamente hacia el otro lado del mundo, en un viaje que duraba más de un mes.
Cuando estuvo seguro de que el dragón estaba lejos, Eduardo salió de su escondite, entró al castillo y liberó a todos los allí encerrados. Algunos llevaban desaparecidos muchísimos años, y al regresar todos celebraron el gran ingenio de Eduardo.
¿Y el dragón? ¿Pues os podéis creer que en el otro lado del mundo era verdad que había una montaña nevada, con una gran torre en la cima, y en lo alto una jaula de oro? Pues sí, y el dragón se metió en la jaula y no pudo salir, y allí sigue, esperando que alguien ingenioso vaya a rescatarle...
























l niño súper campeón

Había una vez un niño al que lo que más le gustaba en el mundo era ganar. Le gustaba ganar a lo que fuera: al fútbol, a los cromos, a la consola... a todo. Y como no soportaba perder, se había convertido en un experto con todo tipo de trampas. Así, era capaz de hacer trampas prácticamente en cualquier cosa que jugase sin que se notara, e incluso en los juegos de la consola y jugando solo, se sabía todo tipo de trucos para ganar con total seguridad.
Así que ganaba a tantas cosas que todos le consideraban un campeón. Eso sí, casi nadie quería jugar con él por la gran diferencia que les sacaba, excepto un pobre niño un poco más pequeño que él, con el que disfrutaba a lo grande dejándole siempre en ridículo.
Pero llegó un momento en que el niño se aburría, y necesitaba más, así que decidió apuntarse al campeonato nacional de juegos de consola, donde encontraría rivales de su talla. Y allí fue dispuesto a demostrar a todos sus habilidades, pero cuando quiso empezar a utilizar todos esos trucos que sabía de mil juegos, resultó que ninguno de ellos funcionaba. ¡Los jueces habían impedido cualquier tipo de trampa!
Entonces sintió una vergüenza enorme: él era bueno jugando, pero sin sus trucos, fue incapaz de ganar a ninguno de los concursantes. Allí se quedó una vez eliminado, triste y pensativo, hasta que todo terminó y oyó el nombre del campeón: ¡era el niño pequeño a quien siempre ganaba!
Entonces se dio cuenta de que aquel niño había sido mucho más listo: nunca le había importado perder y que le diera grandes palizas, porque lo que realmente hacía era aprender de cada una de aquellas derrotas, y a base de tanto aprender, se había convertido en un verdadero maestro.
Y a partir de entonces, aquel niño dejó de querer ganar siempre, y pensó que ya no le importaría perder algunas veces para poder aprender, y así ganar sólo en los momentos verdaderamente importantes.


El ajedrez de los mil colores

Panchito Pinceles era un niño artista. Todo lo veía como si mirara un hermoso cuadro, y en un abrir y cerrar de ojos era capaz de pintar cualquier cosa y llenarla de magia y color. Un día fue con su abuelo a pasar un fin de semana al palacio del Marqués de Enroque Largo, viejo amigo del abuelo y famosísimo jugador de ajedrez. Allí descubrió en el centro de un gran salón un precioso conjunto de ajedrez totalmente tallado a mano, con su propia mesa de mármol haciendo de tablero. A Panchito le llamó muchísimo la atención, aunque por dentro pensó que aquellas piezas estaban demasiado ordenadas, lo que unido al blanco y negro de todas ellas resultaba en un conjunto bastante soso.
Así que aquella noche salió sigilosamente de su habitación con su caja de pinturas, se fue a la sala del ajedrez, y se dedicó a darle colorido a todo aquello, pintando cada figura de mil colores y dibujando un precioso cuadro sobre el tablero, esperando con su arte darles una sorpresa mayúscula al marqués y al abuelo.
Pero a la mañana siguiente, cuando el marqués descubrió los miles de colores de las figuras, en lugar de alegrarse se disgustó muchísimo: aquella misma tarde tenía una importante partida, y por muy bonitos que fueran todos aquellos colores, era imposible jugar al ajedrez sin poder diferenciar unas piezas de otras, y menos aún sin ver las casillas del tablero.
Entonces el abuelo explicó a Panchito que incluso las cosas más bonitas y coloridas, necesitan un poco de orden. Panchito se quedó muy apenado pensando en la cantidad de veces en que con sus alocados dibujos habría molestado a otros volviendo las cosas del revés...
Pero Panchito Pinceles era un artista y no se rendía fácilmente, así que un rato después se presentó ante el abuelo y el marqués, y les pidió permiso para arreglar el ajedrez. Sabiendo lo artista e ingenioso que era, decidieron darle una oportunidad, y Panchito se encerró durante horas con sus pinturas. Cuando acabó, poco antes de la gran partida, llamó a ambos y les enseñó su trabajo.
¡Era un ajedrez precioso! Ahora sí había dos bandos perfectamente reconocibles, el de la noche y el del día, decorando tablero y figuras con decenas de estrellitas y lunas de todos los tamaños y colores, por un lado; y de soles, nubes y arcoiris por el otro, de forma que todo el conjunto tenía una armonía y orden insuperables. Panchito había comprendido que hacía falta un mínimo de orden, ¡y supo hacerlo sin renunciar a los colores!
Los dos mayores se miraron con una sonrisa: estaba claro que Panchito Pinceles se convertiría en un gran artista.








Gotita de agua, copito de nieve

Había una vez una gotita de agua que soñaba on llegar a convertirse en nieve y cubrir de blanco las praderas del campo. Pasaron años hasta que una gran sequía bajó tanto el nivel de agua del lago en que vivía que nuestra gotita se evaporó, subiendo arriba, arriba, hasta el cielo. Allí formaba parte de una pequeña nube, y en cuento hizo un poco de frío, buscó la primera campiña para dejarse caer y cubrirla de nieve.
Pero sólo era un copito de nieve, y en cuanto tocó el suelo, apenas pasaron unos segundos antes de derretirse de nuevo, y allí le tocó esperar otra vez hasta que los rayos de sol volvieron a llevarla de viaje hasta una nube blanca y regordeta. Allí, sin desanimarse por su primer fracaso, la gota volvió dejarse nevar en cuanto pudo, pero nuevamente, al cabo de unos pocos segundos se había derretido completamente.
Varias veces volvió a evaporarse, otras tantas se transformó en copito de nieve, y las mismas veces fracasó en su intento de cubrir los campos y laderas de las montañas. Finalmente, fue a parar a una gran nube, donde millones de gotitas de agua se agolpaban. A pesar de ser gigantesca, en aquella nube se estaba bastante incómodo, pues unas cuantas gotas parecían dar órdenes a todo el mundo, y las obligaban entre un gran jaleo a apretujarse mucho:
- ¡las gotas más grandes abajo!, ¡las ligeras arriba!. ¡Venga, venga, venga! no hay tiempo que perder....
Entonces pensó en dejarse caer de nuevo, pero una gotita simpática y divertida, la frenó diciendo:
- ¡¿Dónde vas?! ¿Es que no quieres partipar?
Y al ver el gesto de sorpresa de nuestra gotita, le explicó que se estaban preparando para una gran nevada.
- A todas las gotitas que estamos aquí nos encanta ser copitos de nieve durante muchos días, por eso nos hemos juntado en esta nube. Hace años, intenté varias veces nevar por mi cuenta, hasta que descubrí que no podría hacerlo sola. Y encontré esta nube genial, donde todas ayudamos un poquito, y gracias a todos esos poquitos hemos conseguido hacer ¡las mejores nevadas del mundo!
Poco después ambas gotitas volaban por el cielo en forma de copos de nieve, rodeadas de millones y millones de copos que cubrieron las verdes praderas de blanco. Y con inmensa alegría comprobó nuestra gotita, que cuando todos colaboran puede conseguirse hasta lo que parece más imposible.

 
 
 

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