Unos ratoncitos, jugando sin cuidado
en un prado, despertaron a un león que dormía plácidamente al pie de un
árbol. La fiera, levantándose de pronto, atrapó entre sus garras al más
atrevido de la pandilla.
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El ratoncillo,
preso de terror, prometió al león que si le perdonaba la vida la emplearía en
servirlo; y aunque esta promesa lo hizo reír, el león terminó por soltarlo.
Tiempo después, la fiera cayó en las redes que un cazador le había tendido y
como, a pesar de su fuerza, no podía librarse, atronó la selva con sus
furiosos rugidos. El ratoncillo, al oírlo, acudió presuroso y rompió las
redes con sus afilados dientes. De esta manera el pequeño exprisionero
cumplió su promesa, y salvó la vida del rey de los animales. El león meditó
seriamente en el favor que acababa de recibir y prometió ser en adelante más
generoso.
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MORALEJA:
En los cambios de fortuna, los poderosos necesitan la ayuda de los débiles.
Una tortuga, cansada de arrastrar
siempre su concha por la tierra, suplicó al águila la levantase por los aires
lo más alto que pudiera. Así lo hizo la reina de las aves, remontando a la
tortuga por encima de las nubes.
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Al verse a tal
altura, la tortuga exclamó: - ¡Qué envidia me tendrán ahora los animales que
por el suelo se mueven, al verme encumbrada entre las nubes! Al oír esto el
águila fue incapaz de soportar tanta vanidad y soltó a la ilusa que, al caer
sobre peñascos, se deshizo en mil pedazos.
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MORALEJA:
Nunca mires demasiado alto, que no hay brillantes en el cielo. |
EL LEÓN Y LA ZORRA
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Un león, en otro tiempo poderoso, ya
viejo y achacoso, en vano perseguía hambriento y fiero al mamón becerrillo y
al cordero, que, trepando por la áspera montaña, huían libremente de su saña.
Afligido del hambre a par de muerte, discurrió su remedio de esta suerte:
Hace correr la voz de que se hallaba enfermo en su palacio y deseaba ser de
los animales visitado.
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Acudieron algunos
de contado: mas como el grave mal que le postraba era un hambre voraz, tan
sólo usaba la receta exquisita de engullirse al Monsieur de la visita.
Acércase la zorra, de callada, y a la puerta asomada atisba muy despacio la
entrada de aquel cóncavo palacio. El león la divisa, y al momento le dice:
"¡Ven acá; pues que me siento en el último instante de mi vida!
Visítame, como otros, mi querida." "¿Cómo otro? ¡Ah, señor! He
conocido que entraron sí, pero que no han salido. ¡Mirad, mirad la huella,
bien claro lo dice ella! Y no es bien el entrar do no se sale."
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MORALEJA:
La prudente cautela mucho vale. |
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- El
águila y el escarabajo
Estaba una liebre siendo perseguida por un águila, y viéndose perdida
pidió ayuda a un escarabajo, suplicándole que le salvara.
Le pidió el escarabajo al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila,
despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su
presencia.
Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares
donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra.
Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurrió a Zeus
pidiéndole un lugar seguro para depositar sus futuros pequeñuelos.
Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la
táctica escapatoria, hizo una bolita de barro, voló y la dejó caer sobre el
regazo de Zeus. Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y
tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso desde entonces, las
águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.
Nunca desprecies lo que parece insignificante, pues no hay ser tan débil
que no pueda alcanzarte.
- El león y los
tres bueyes
Pastaban juntos siempre tres bueyes.
Un león quería devorarlos, pero el estar juntos los tres bueyes le
impedía hacerlo, pues el luchar contra los tres a la vez lo ponía en
desventaja.
Entonces con astucia recurrió a enojarlos entre sí con pérfidas
patrañas, separándolos a unos de los otros.
Y así, al no estar ya unidos, los devoró tranquilamente, uno a uno.
- El lobo y la cabra
Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio.
Como no podía llegar a donde estaba ella le dijo:
-- Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer. Además, mira este
prado donde estoy yo, está bien verde y crecido.
Pero la cabra le dijo:
-- Bien sé que no me invitas a comer a mí, sino a tí mismo, siendo yo tu
plato.
Conoce siempre a los malvados, para que no te atrapen con sus engaños.
- El hombre al que mordió un perro
Un perro
mordió a un hombre, y éste corría por todo lado buscando quien le curara.
Un vecino
le dijo que mojara un pedazo de pan con la sangre de su herida y se lo arrojase
al perro que lo mordió. Pero el hombre herido respondió:
--¡ Si así
premiara al perro, todos los perros del pueblo vendrían a morderme !
Grave
error es alagar la maldad, pues la incitas a hacer más daño todavía.
- El
gallo y la comadreja
Una comadreja atrapó a un gallo y quizo tener una razón plausible para
comérselo.
La primera acusación fue la de importunar a los hombres y de impedirles
dormir con sus molestos cantos por la noche. Se defendió el gallo diciendo que
lo hacía para servirles, pues despertándolos, les recordaba que debían comenzar
sus trabajos diarios.
Entonces la comadreja buscó una segunda acusación: que maltrataba a la
Naturaleza por buscar como novias incluso a su madre y a sus hermanas. Repuso
el gallo que con ello también favorecía a sus dueños, porque así las gallinas
ponían más huevos.
-- ¡ Vaya -- exclamó la comadreja --, veo que bien sabes tener respuesta
para todo, pero no por eso voy a quedarme en ayunas ! -- y se lo sirvió
de cena.
Para el malvado decidido a agredir, no lo para ninguna clase de razones.
- El estómago y los pies
El estómago y los pies discutían sobre su fuerza.
Los pies repetían a cada momento que su fuerza era de tal modo
superior, que incluso llevaban al estómago.
A lo que éste respondió:
-Amigos míos, si yo no les diera el alimento, no me podrían llevar.-
-Amigos míos, si yo no les diera el alimento, no me podrían llevar.-
Veamos siempre con atención dónde se inicia realmente la cadena de
sucesos. Demos el mérito a quien realmente es la base de lo que juzgamos.
- El asno y su amo
Un asno, conducido a lo
largo de un camino en la montaña, de repente resbaló y empezó a caer al borde
de un precipicio profundo. Mientras él estaba en el acto de abandonarse al
abismo, su dueño lo agarró por la cola, procurando regresarlo. Cuando el Asno
persistió en su esfuerzo de dejarse ir abajo, el hombre lo soltó y dijo:
--Triunfa, pero triunfa a
tu propio costo.--
Al terco
hay que dejarlo con su terquedad
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